Noche puta... Regalada,
que no vacilas en
complacer a quien a tu
itinerante preferencia
le sienta.

¿Quién será esta vez
el que sane el ardor
de tu entrepierna?
¿De quien será la
saliva que lubrique
tu decadente cuerpo?

¿De quien serán los ojos
a los que mentirás
continuamente?
¿De quién el aliento
que respirarás?

Noche puta... Impía.
Noche al fin.

No sé como empezar...
tan sólo quiero empezar.

Ser fuente de poesía carnal
en un mundo de tantos santos etéreos.

Vivir entre palabras que se amen unas
a otras como pasos de baile de salón.

Enfrascarme en ardores de contienda,
entre besos que se escurran por la cama.

Mirar el cielo sin alzar la cabeza,
vestir penas de rojo y llamarles prosa.

Robarle vitalidad a los días,
secar posos de lagrimas amargas.

Encontrar entre artilugios la locura razonable
que me devuelva la bondad y la risa.

Quiero empezar...
Tan sólo no sé cómo empezar.

Heridas que cierran finalmente,
y una mañana como pocas abraza el cielo,
vendas de miedo caen con nudos
que se deshacen al tacto de la lucidez.

El aire, antes poluto en mentiras
se muestra ligero y complaciente,
rayos de luz atraviesan la bóveda celeste
y se derraman sobre nosotros
nunca tan cálidos, nunca tan dicientes.



Una promesa a mí...
dejar al rio correr,
y si su descontrolado cauce
la destrución trae,
que así halla de ser.
Pues en esta casa
todo lo que ha de perderse ya lo está.



La lluvia aún se nos niega,
y mirar al cielo
sólo lagrimas trae,
ya sólo puedes cavar
para buscar tu luz.

Y mientras apabullas
gritos de hambre y
cólera enclaustrada
qué tal si te dedicas
a buscar a tu dios muerto
que cómo a todos
fue necesario volver a crear.